quarta-feira, 9 de abril de 2008

LA CUEVA DE ALADINO


No cuento nada ni cuento para nada:

veinticuatro horas después di
otra vuelta alrededor de una forma
ovoide, madre original: me
entretuve viendo acabarse
el ser (individuado).
Cachumbambé (otrora).
Mecedora (allá). Temprano,
la playa (era) a la tarde la
terraza. Y ya me cayó encima
anoche la noche (ovoide).
Aplastante. Cefalalgia. El
sistema nervioso hecho un
pingajo. Inapetencia. Insomnio.
Nunca imaginé esto iba a ser
así de divertido. Y ando
implorando no quede rastro de
las vueltas dadas día a día,
todas se semejan (en la madre
ovoide) a lo ovoide de las
vueltas, nunca (en el fondo)
salí (del fondo). Variaban los
libros, yo no; seguía en pie
rigiendo el desconocimiento:
la propia fruición de la lectura
acabó por convertirse en tara
propia, inercia de la efigie
tocada de orín, violada ahí
dentro por la carcoma. A
pedazos me estoy yendo
al traste. En hora roma
me atasco. Lechuza que
no ulula. Los indicios
son claros: comienza ya
el final. Un determinismo
ingente quién lo diría rige
el Universo. Mi padre
comió chicharrones,
toneladas de carne de
vaca, y a mí el colesterol
me mata: la clave en blanco
es la Muerte. Bravo. La
brava. Vaca roja del israelí
en el desierto. Ya que esto
se acaba, raja, me voy a
largar despotricando, cantar
el manisero cagándome en
mi estampa. Hiela afuera,
nada riela: la lechuza sucumbe
en vastedad a su propio
enmudecimiento. No salir de
la cueva (jamás) de la espesura.
La lechuza enzarzada en su
matorral. El ojo invidente en
una recámara egipcia donde
duerme ya en mi nombre hace
eones el Faraón. Alma dormida,
recuerde: atónito, miro, ay no,
y cierro a cal y canto los ojos,
me obligo a volver de lleno,
entre cimeras, paramentos, los
infantes de Aragón, al centro
hueco, azul incombustible, del
sueño. Llevo un rato pensando
en los últimos años del pintor
William Turner: fue un sabio
natural, a rabiar. Haré y haré,
hari hari, poemas hasta el
final. Turner en Londres.
Margate. Me quedo en
Hallandale. Da igual. Aguantar
hasta reventar. Y nada de
visitas. Nos aguan la fiesta,
desordenándonos el día: y el
presupuesto. Dando sablazos.
Mundo indigesto. No lo trago.
Un mundo metiendo baza
donde no lo llaman. Habrá
un solo entierro al que llevaré
mi propia vela. Juan Lanas,
sin tierra: señor feudal de un
erial donde pasto (seré) de
las llamas (pagué todas las
cuotas de mi incineración).
Bailoteo. Gesticulo. Canturreo.
Vuelta más, vuelta menos,
en la ovoide. Proa al fuego,
dos lloronas (no muy bien
remuneradas): y una madre
intercesora revolviendo las
brasas.



José Kozer

Um comentário:

Julia L. Pomposo disse...

¡Hola!
Es muy interesante tu blog y con buenas fotos, volveré a visitarte mas veces cn tu permiso.Adiós